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Desenchufe

Querida Musa,

Lleno de actitud, un pinot noir envejecido en roble besa mis labios brindándome el sabor agridulce del fruto del grosellero, esa uva o baya globosa y jugosa de color rojo, blanco o negro. En un espacio sombreado en un bar sin mucho enredo, los ritmos exuberantes de Marruecos y España se abrazan en la guitarra Mora de Nathaniel.

De lo más hondo de esa alma introspectiva, emana una embriagante melodía. La vela sobre la mesa danza con el embrujo de su canción. La magia en sus dedos me hace pensar en vos. Este hermoso Gitano con rizos cobrizos, perfil serbio y postura de Buda me brinda un universo alterno donde los sueños empapan.

Enamorada de las notas de una tierra ancestral, aireo el vino. El tranvía pasa de largo ausente en su vacío. Mojo mis labios, saboreo recuerdos encurtidos.

La sangre Mora me llama. En mi corazón, una caravana gitana persigue al ritmo del cajón y los acordes febriles de una guitarra flamenca. Rasgueos, dedos que tocan la madera de un instrumento con alta resonancia. La muñeca derrama arpegios. El sonido percusivo de la guitarra dibuja almas peregrinas que pasean de un lado a otro en la acera.

Brillantes, secos y austeros, los sonidos proyectados desaparecen casi al instante, permitiendo un juego rítmico rápido. Cada nota tiene ojos percusivos y dedos que se agitan. Me desnudan en la oscuridad de un bar solitario, sosteniéndome sin aliento contra una pared desconicida.

El fascinante grito de leyendas viaja bajo tierra desde Andalucia hasta el desierto de Sonora y se arrastra sobre mis pies. El preludio es una canción de tres movimientos donde las melodías andaluzas y sus paisajes llenos de caballos robustos y apasionados me hacen gemir.

El flamenco es una amante experimentada que imita las técnicas de un guitarrista famoso, alternando pulgar y dedos, y con notas saladas que mojan los labios y debilitan las rodillas.

Los clap, clap, clap, para, para, dum, clap, para, para, dum, clap duru dam, diddle, didle, don, didle, didle, dan regalan a la brisa tu presencia. El viejo edificio rojo al otro lado de la calle me guiña un ventanal.

Cae la lluvia. En el pavimento, las luces de los vehículos aparecen y desaparecen a toda velocidad. Mi espalda busca el calor en el respaldo de cuero, me abraza la música del guitarrista del rincón, mis labios buscan tus labios ausentes, y un sorbo de vino rojo quema las entrañas e inunda los pantanales.

Consciente, respiro melodías y ritmos, saboreo los rasgos del pinot noir ricos en púrpura. Las olas del momento lamen conversadoras las arenas del tiempo. Desde tu cálida bahía, las alas de tu antojo juegan al escondite.

Te pienso, te siento, Musa de mi corazón, bajo el hechizo de la guitarra moruna sumergida en la taberna de la imaginación.

Autora: Mariel Masque
Derechos Reservados 2014 – Incluyendo Derechos Internacionales

Nota:
En traducciones literarias, la obra traducida pierde sentido. Por esa razón no traduzco del Ingles al Español, simplemente reescribo la pieza en una nueva versión. Esta es la versión en Español de la obra original titulada Unplugged. Stream of consciousness.

The Saxophone Player (Stream of Consciousness)

Periwinkle cloudless skies served as the backdrop to the lunch hour crowd moving about Tucson’s downtown. While folks in other areas of the country plowed through several inches of snow, in The Core, people rushed attached to their MP3s and cell phones. Continue reading The Saxophone Player (Stream of Consciousness)

Unplugged

Dearest Muse,

Funky and full of attitude, oak-aged pinot noir gifts my palate with a kiss that bursts with currants. In a shaded space, the familiar exotic rhythms of Morocco and Spain meet in Nathaniel’s naturally understated guitar.

At the heart of a very introspective soul, gem-quality melodies showcase his mood—the candle on the corner table dances with his song. The magic in his fingers makes me long. This hermoso Gitano with shoulder-length brown curls, Serbian profile, and Buddha posture offers a safe place for dreams to soak.

Suffused with the ring of my ancestral land, I air the wine. The empty streetcar rushes through downtown. I take small sips and savor pickled memories with sweet, dry apricot taste.

Blood calls. A Gypsy caravan, my heart, responds to the beat of Michael’s cajón and Nathaniel’s feverish chords. The hand strums. Its fingers tap on the wood of an instrument with high resonance. The wrist moves seamlessly from arpeggios to alzapuas. The percussive sound of the Flamenco guitar draws in lost souls strolling back and forth on the sidewalk.

Bright, dry, and austere, the projected sounds disappear almost instantly, allowing fast rhythmic play. Each note has percussive eyes and fumbling fingers. They undress me in the dark of an empty bar, holding me breathless against the wall.

The mesmerizing cry of legends travels underground from Asturias all the way to the Sonoran Desert and crawls up my feet. The prelude is a three-movement song where Andalusia’s intricate melodies and abrupt passionate passages make me weep.

Flamenco is a seasoned lover that mimics guitar techniques. Alternating thumb and fingers, savory notes wet the lips and weaken the knees.
The clap, clap, clap, para, para, dum, clap, para, para, dum, clap duru dam, diddle, didle, don, didle, didle, dan fill my heart with the hot summer breeze—the old red building across the street winks.

On the pavement, lights appear and disappear. Vehicles rush. And I pause, seatback, unplug, relax, let a sip of burgundy-red wash my throat, and flood my thighs.

Aware, I breathe in melodies and beats, savor purple-rich pinot noir hints, your lips—waves crash on the sands of our warm bay. The gossamer wings of your embrace play hide and seek.

Thinking of you, dearest Muse, I scribble under the spell of the Moorish guitar. I am so glad that no one joined me tonight.

Mariel Masque – Copyright 2014
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